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jueves, 4 de septiembre de 2008

EL PODER DE LA PALABRA

EL PODER DE LA PALABRA

Dong Xi. Filósofo


Cuentan que la retórica nació en el seno de la cultura griega clásica: Un maestro aceptó enseñársela a un alumno y se comprometió a no cobrarle nada por sus clases si éste no ganaba su primer caso. En aquella época, los oradores eran, a la vez, abogados y eran denominados sofistas. ¿Qué hizo el alumno para eludir el cumplimento de este pacto? Demandó al maestro alegando que nada le debía: Si el tribunal le daba la razón, se saldría con la suya y si perdía el caso tampoco tendría que pagar.¿Respuesta del maestro? Para él, la situación era justamente la inversa: Si el alumno perdía el juicio, debería pagarle por obediencia a los jueces; si lo ganaba, estaría obligado a atenerse al contrato privado. Centrar la atención en cuál de los dos tenía razón es no haber entendido el quid de la cuestión planteada: La perturbadora sospecha de que cualquier juicio es posible y que su viabilidad depende especialmente de la habilidad del que lo propone y no de su mayor o menor relación con la verdad, recurso tan invocado como inalcanzable para los humanos; pues, lo único que está a nuestro alcance es hacer «propuestas de sentido», tesis acerca de cómo interpretar la realidad, es decir, cómo pensar y cómo vivir (al margen de la tentación del mito metafísico). Si esto es plausible, toda comunidad humana está condenada (por lo dicho y por su propia incuria) a ser guiada por un reducido número de líderes (del inglés "to lead": dirigir, llevar, mandar) lo que no deja de implicar un alto riesgo para ese grupo y para el resto de la humanidad (la palabra alemana "Führer" significa guía); pues, será una reducida élite la que decidirá qué objetivos y valores deben ser considerados esenciales por todos esos hombres y se estará siempre a un paso, dado o no, de considerar que los disidentes (internos o externos) no son «viables» (tolerables, políticamente correctos) desde la perspectiva de tal pensamiento único, totalitario. Tal minoría dirigente emplea una estrategia de dominio que pasa por diversas fases: Es fácil comprender que al principio se impone simplemente por la fuerza; pero, con el tiempo, la economía de la violencia se impone y es la persuasión la que desempeña el papel principal en la organización de la sociedad. Históricamente, la palabra fue el primer instrumento de manipulación (Goebbels decía que una verdad es una mentira repetida el número suficiente de veces), pero, ahora estamos en la era de la comunicación; los procedimientos son más complejos y sus efectos más amplios (a estas alturas, resulta superfluo comentar la acción de la propaganda, comercial o política, en el moldeado del estilo de vida de la humanidad). Por una parte, se cultiva con el máximo interés la imagen (del latín imago: Representación, retrato), es decir, de un sucedáneo de cada persona pública que es todo lo que se pone a disposición del ciudadano para que tome decisiones tan trascendentes como elegir a los políticos que lo han de representar (en cuanto a la ambivalencia del término representar, basta remitirse al barroco y rememorar que era costumbre entonces que los políticos tomaran clases de interpretación de los actores. Actualmente, esta tendencia se ha impuesto hasta tal grado que alguno de éstos últimos ha alcanzado cargos políticos de la máxima importancia). Por otra, el mensaje es difundido mediáticamente, lo que impone un distanciamiento suplementario entre los hombres de la calle y los administradores de los asuntos públicos que «trabajan para ellos». Es decir, nos hayamos inmersos en la sociedad de la información, donde la unión del ámbito mediático en que vivimos con el desarrollo creciente de las nuevas tecnologías de telecomunicación permite que cualquier consigna acceda a las personas incluso dentro de su propia casa. En tal contexto, hay que preguntarse qué es estar informado. Según Aristóteles, la «in-formación» es la impronta resultante de la influencia de algo en un sujeto. Dicho de otra manera, informar puede también considerarse «con-formar» (en más de un sentido, por desgracia) al sujeto paciente del mensaje de acuerdo con la conveniencia (intereses) del informante (parece que a Claude Shannon, uno de los pioneros de la teoría de la información no le importaba el mensaje, sino la mera capacidad técnica del canal de comunicación).No puede decirse lo mismo de los que controlan actualmente hasta los índices de audiencia). Todavía queda otro problema a considerar: La información, incluso vista desde la perspectiva menos disidente respecto al sistema vigente, exige cumplir un requisito para ser útil al que la recibe (y no a quien la emite), a saber, ser fidedigna. ¿Cómo garantizar que el que comunica algo sabe lo que ha sucedido y es imparcial en su modo de transmitirlo? ¿Cómo saber a qué intereses puede convenir hacernos saber algo (mejor dicho, una determinada versión sobre un "hecho") o hacerlo en un momento determinado en vez de dejarnos en nuestra «ignorancia»? ¿Cómo escapar a la lógica inherente a la actual estructura de propiedad de los medios (¡¿sociales!?) de comunicación (que nunca critican a otras empresas de su propietario y, en cambio, lanzan continuas campañas de desprestigio contra la competencia)? ¿Cuál es el modo de librarse de esa «objetividad» informativa; cuya principal rentabilidad no es económica, sino ideológica, o sea, la creación de la opinión «publicada», sucedáneo suplantador de la opinión pública? Ante el crecimiento del «altruista» complejo mediático, ¿en qué consiste el progreso de esta época? ¿Crece la capacidad de que los ciudadanos seamos los que opinemos o de tele-controlarnos? La paradoja del tiempo en que nos ha tocado vivir es que los medios (tecnológicos y económicos) son antepuestos claramente a los fines (sociales) a los que, supuestamente, deberían servir. Al final, como decía la reina de «Alicia en el país de las maravillas», lo que prevalece no son las reglas del juego (social) sino quién manda. Este nuevo modo de «sugestión» es mucho más peligroso que la simple soflama de un orador en la antigua ágora griega, pues, hoy nadie puede escapar al eco mediático. Claro, somos gente civilizada y, entre nosotros es posible la polémica (como prueba la publicación de este artículo) y discutir sobre cualquier tema. Pero, se trata de una dialéctica meramente formal, desligada del fondo de la cuestión, que nunca es cuestionado. Se trata de una especie de desahogo para los inquietos, más al servicio de aliviar el exceso de frustración que de garantizar el derecho a opinar; para que, se pueda considerar que esta situación es la «menos mala de las posibles». Reconozcámoslo: La representación es tan buena que uno está tentado de creer en la existencia de tal libertad de expresión...virtual

1 comentario:

Anónimo dijo...

Saludos cabros!!!!
No terminé de leer el blog, pero los felicito por la iniciativa!
En otra ocasión escribo algo más "aporte"...
ejejejje
q esten bn!
Exito
besos!